Hoy, mis apreciados lectores, nos remontaremos al 1530, cuando nació un hombre llamado Iván IV Vasílievich, quién luego se convirtió en el primer zar de Rusia.
También fue conocido como Iván IV de Rusia, pero tracendió en la historia como Iván el Terrible. Nació el 28 de agosto de 1530 en Kolómenskoye, Rusia. Fue coronado Gran Príncipe de Moscú a los tres años, tras la muerte de su padre. Sin embargo, el reino fue administrado por su madre, que fue envenenada cinco años después de la coronación por clanes boyardos que se disputaban el poder. Fue sometido a las humillaciones de los boyardos, lo que ensombreció su carácter. Fue recluido en el palacio del Kremlin
viviendo casi como un mendigo. Este hecho generó en Iván un gran odio
hacia los boyardos, y tuvo como consecuencia las constantes
persecuciones y matanzas que organizó contra estos clanes. En estos
primeros años Iván sufrió desvaríos mentales, ya irreversibles, lo que
lo llevaba a dar rienda suelta a su ira torturando y arrojando a perros
desde las torres.
Con 13 años empezaron a respetarlo y ordenó a un grupo de leales suyos que capturaran al príncipe
Andréi Shuiski para arrojarlo a una jauría de perros, los cuales lo
despedazaron. Con 16 años ya destacaba en escritura y fue un ávido
lector de libros, además de ser un joven corpulento y musculoso. Estudió
retórica de mano del obispo el metropolitano de Moscú Macario. Durante esta época ya era profundamente religioso.
Para que se lo respetara como zar, Macario determinó que Iván procedía del linaje de los primeros césares romanos.
Tras la muerte de su esposa Anastasía Románovna en 1560, Iván se transformó en un zar autoritario y
psicópata, del cual se dice que durante las noches sus gritos sonaban
por todo el Kremlin.
Pasaba de la euforia a la depresión más absoluta. Además poco después
murió el metropolitano Macario, lo que produjo más pesar y un sucesor
religioso no tan afín, Afanasio. Este convocó una reunión de nobles que
se dirigió al palacio del zar para reprocharle su gobierno y pedirle que
abdicara. Para sorpresa de todos Iván salió apesadumbrado de aquella
reunión y dijo que abdicaría en favor de sus hijos y marcharía al
exilio. Pero todo fue una farsa del zar, ya que solo se marchó a 100 km
de Moscú, en el refugio de Aleksándrovskaya Slobodá o Aleksándrov.
Desde allí mandó tres cartas, una al nuevo metropolitano, Afanasio, a
los nobles, y otra al pueblo, en las que acusaba a las instituciones
religiosas y administrativas de corrupción, traición y robo. Estas
cartas se leen en todas las plazas públicas de las ciudades, creando un
ambiente de crispación y sublevación entre el pueblo. Ante el temor de
una guerra civil, Afanasio decide pedir perdón a Iván y le pide que vuelva. Ahora el zar tiene más fuerza que nunca.
Ya en sus últimos años dio rienda suelta a sus perversiones. Según
los escritores no imparciales polacos, se jactaba de haber desflorado a
más de 1000 vírgenes y posteriormente haber asesinado a los hijos
resultantes, mostrando así su perturbación. (Ciertos historiadores
modernos piensan que esto es una leyenda negra creada por la propaganda
polaca. Sin embargo existe una base real en las elecciones de la novia
del zar, para las que muchas muchachas notables llegaron a la capital).
En un acceso de cólera, el 16 de noviembre de 1580, golpeó mortalmente
con su bastón a su hijo mayor, el zarévich Iván. Lloró amargamente su muerte y tuvo remordimientos
hasta sus últimos días, provocando que se tirara del pelo y de la barba o
arañara las paredes.
Mató además a varios de sus enemigos y amigos, lo que hizo que Iván
se volviera aún más psicópata. En esta locura final llegó a refugiarse
en creencias paganas y brujeriles. Hacia el final de su vida conquistó Siberia, para terminar de conquistar la cuenca del río Obi, estando al mando de las tropas el cosaco Yermak Timoféyevich,
ocupando el khanato de Sibir, que dio nombre al territorio. Tras 27
años, y presionado internamente por el clero y los boyardos, perdió la
guerra con Livonia y se vio obligado a entregar a Suecia las regiones de Ingria y Karelia Meridional y devolverle a Polonia la región de Livonia. Iván IV murió la mañana del 18 de marzo de 1584, cuando se disponía a jugar una partida de ajedrez. Sus restos fueron enterrados en la catedral de San Miguel Arcángel.
Los ataques psicóticos sufridos por el zar podrían, según los
expertos, corresponder al resultado del tratamiento de la sífilis con mercurio;
este tratamiento era común en la época, y provocaba daños cerebrales
que derivaban en cambios constantes de humor y ataques eufóricos y
coléricos, con tintes psicóticos. Muchos historiadores piensan que Iván
fue envenenado por los boyardos, como su madre Elena Glínskaya (sus
restos muestran también una elevada cantidad de mercurio), pero hay
referencias indicando que Iván periódicamente tomaba pequeñas cantidades
de mercurio contra su sífilis.
Una vez muerto, su hijo Fiódor fue el siguiente zar de Rusia. Fue un títere en manos de los boyardos debido a su falta de carácter y a su escasa inteligencia.