Muchos de ustedes se preguntarán que tiene de inusual o curioso este santo, pues nada más y nada menos de que es un lebrel, si un perro que vivio en Francia para el siglo XIII y su historia, según Esteban de Borbón en 1250, dice así.
Un día, un caballero que vivía en un castillo en Villars-les-Dombes, dejó a Guinefort con su hijo de pocos meses. Cuando regresó el caballero, encontró la habitación del niño hecha un desastre. Cuando Guinefort vino a recibir a su amo, éste vio sangre en el hocico del perro, e inmediatamente lo mató.
Luego escuchó el llanto del niño al cual encotró bajo la cama vivo y con una serpiente muerta a su lado. Fue hasta entonces que el caballero se percató de que Guinefort no había dañado al niño, sino que lo había protegido. El caballero, arrepentido, le hizo al perro una tumba cubierta de piedras y con plantas alrededor que luego se convirtió en un altar al ser considerado Guinefort como un santo que protegía a los niños.
Se le rindió culto a San Guinefort hasta el 1930 en varios paises, hasta que la Iglesia Católica prohibió terminantemente su adoración.