William Morton se había dirigido al cirujano jefe del Hospital General de Massachusetts en Boston, el profesor John Collins Warren, con la petición de llevar a cabo una demostración pública de su método frente a médicos y estudiantes de medicina. Recibió por escrito una invitación para el viernes 16 de octubre de 1846, a las 10 de la mañana. Warren hizo que Gilbert Abbott, un paciente de 20 años, impresor de libros que padecía de tuberculosis, inhalara los vapores desde una esfera de vidrio, especialmente confeccionada para este efecto y que contenía en su interior una esponja embebida en éter. Tras un estado inicial de excitación, el paciente se durmió. "Entonces Warren en cinco minutos extirpó un tumor superficial congénito, bajo el maxilar inferior en el lado izquierdo del cuello del paciente". Warren, quien, tras el fracaso de la demostración de Horace Wells con el gas hilarante ocurrido dos años atrás, en realidad rechazaba esta clase de procedimientos, se entusiasmó mucho con estas nuevas posibilidades. A este suceso se le considera como el momento del nacimiento de la anestesiología moderna.
Inmediatamente al día siguiente, el cirujano y urólogo George Hayward operó un tumor adiposo a un paciente anestesiado con éter. El reconocimiento general del procedimiento desarrollado por Morton tuvo lugar tras la amputación de una pierna, efectuada el 7 de noviembre de 1846 por Henry Jacob Bigelow en una paciente de veite años.
Morton intentó primeramente ocultar la sustancia activa que había utilizado y denominó este éter arreglado con sustacias aromáticas, para obtener provecho de la patente. Pocas semanas después, durante la operación el 7 de noviembre de 1846, fue obligado por su autidorio a revelar el secreto. Se llegó a una disputa judicial sobre la cuestión de a quién le correspondía la primicia sobre este invento, proceso impulsado sobre todo por quien le había aportado la idea, el profesor Jackson. Los costos de esta disputa judicial arruinaron a Morton, además de que casi no recibió las regalías esperadas por patentar de su invento. Después de casi veinte años de procesos judiciales, Morton falleció empobrecido y afligido, en julio de 1868, a consecuencia de un accidente vascular cerebral.
Morton, sin embargo, no fue el primero en aprovechar el efecto narcótico del éter para detener el dolor en las intervenciones quirúrgicas. El 30 de marzo de 1842, el doctor Crawford Williamson Long ya había extirpado sin dolor un tumor de la nuca a un paciente, usando para ello una toalla embebida en éter. Pero este último cirujano omitió hacer una publicación al respecto, quitándose con ello a sí mismo su legítimo derecho a reclmar la prioridad.