Originalmente, el shogunato y el gobierno imperial apoyaron la misión católica, pensando que esto reduciría el poder de los monjes budistas, y ayudaría a las relaciones comerciales con España y Portugal. De todos modos, el shogunato era precavido por el asunto del colonialismo, viendo que en las Filipinas los españoles habían tomado el poder tras convertir a la población.
miércoles, 5 de febrero de 2014
Un día como hoy 5 de febrero
Hoy, mis apreciados lectores, nos remontaremos al 1597, cuando un grupo de cristianos fueron ejecutados mediante crucifixión en Nagasaki, Japón.
Originalmente, el shogunato y el gobierno imperial apoyaron la misión católica, pensando que esto reduciría el poder de los monjes budistas, y ayudaría a las relaciones comerciales con España y Portugal. De todos modos, el shogunato era precavido por el asunto del colonialismo, viendo que en las Filipinas los españoles habían tomado el poder tras convertir a la población.
El gobierno fue considerando cada vez más al catolicismo como una amenaza, y comenzó a perseguir a los cristianos. Posteriormente, la iglesia católica fue prohibida y aquellos que rehusaban abandonar su fe eran asesinados.
Finalmente, el Taiko Toyotomi Hideyoshi condenó a muerte a veintiséis cristianos, cuatro misioneros europeos franciscanos, uno franciscano mexicano, San Felipe de Jesús, uno indio San Gonzalo García, tres jesuitas japoneses y diecisiete laicos japoneses, incluidos tres niños, los cuales salieron de Kioto escoltados por soldados y fueron ejecutados en la colina Nishizaka, en las afueras de Nagasaki. Los individuos fueron alzados en cruces y entonces pinchados con lanzas ante más de 4,000 personas. Los portugueses, españoles y los cristianos japoneses que contemplaban la escena, no pudieron resistir más y, rompiendo el cordón de soldados, corrieron hacia las cruces. Empapaban en la sangre trozos de paño, recogían la tierra santificada, se llevaban pedazos de los hábitos y kimonos de los mártires.
Los soldados los golpeaban, los arrancaban de allí violentamente. Hubo heridos que mezclaron su sangre con la de los mártires. Por fin se restauró el orden y Terazawa Hanzaburo, amigo de San Pablo Miki, hermano del Gobernador de Nagasaki y que crucificó a los 26 mártires, colocó centinelas con severas órdenes para que nadie se acercase y, dando por terminada su misión, se retiró. Muchos notaron que al bajar de la colina también el duro soldado iba llorando; había permitido que dos jesuitas, los Padres Pasio y Rodríguez, asistiesen a los mártires. Luego la colina comienza a cobrar vida sombras silenciosas que van recorriendo las cruces, rumor de oraciones. Inició la peregrinación Monseñor Martínez, que ponía el peso de su autoridad en aquel acto de veneración a los mártires. Después fueron otros misioneros, y los daymios de Omura y Arima, a quienes la noticia de la ejecución llegó cuando todo había terminado. Iban también soldados cristianos, de paso para la guerra de Corea, y sencillos campesinos que acudían de las aldeas vecinas.
Hubo que volver a cubrir a los mártires, despojados por la devoción de los cristianos. En los días siguientes Terazawa hizo cercar el lugar con cañas de bambú y reforzó la guardia. Todo inútil. De día los cristianos simulaban negocios que los obligaban a pasar por el camino de la colina, y se detenían en él hasta que los centinelas los forzaban a seguir. De noche pequeñas barquillas abordaban sigilosamente el acantilado. Nagasaki vivía con los ojos vueltos hacia Nishizaka, la colina de los mártires. Al año siguiente en 1598 un legado de Filipinas había recogido, previa autorización de Toyotomi Hideyoshi, los últimos restos de las víctimas y sus cruces; quedaron únicamente los hoyos que poco a poco iban cegándose. En los años posteriores la persecución continuó esporádicamente, explotando otra vez entre 1613 y 1637, tiempo durante el cual el catolicismo estuvo oficialmente prohibido. La Iglesia Católica en Japón permaneció sin clero y la enseñanza teológica se desintegró hasta la llegada de los misioneros del Oeste en el siglo XIX.
Originalmente, el shogunato y el gobierno imperial apoyaron la misión católica, pensando que esto reduciría el poder de los monjes budistas, y ayudaría a las relaciones comerciales con España y Portugal. De todos modos, el shogunato era precavido por el asunto del colonialismo, viendo que en las Filipinas los españoles habían tomado el poder tras convertir a la población.
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